domingo, abril 24, 2016

El aburrido y autoritario carril único

Esta mañana, mientras desayunaba en un agradable café de la bulliciosa rambla de Sabadell, he estado hojeando La Vanguardia. Sentado en una preciosa sala de principios del siglo XX, a la luz ténue de algunas lámparas de apoyo, la atmósfera animaba a leer opinión. He leído a Zarzalejos, a Mas, a Rahola y a Luna entre otros... Los artículos de Rahola y Luna, junto con la foto que ilustra este post, tomada de la sección de cartas al director de hoy, me han llevado a la reflexión.

Joaquín Luna escribía una oda al empresario y a la empresa privada, tan denostada y demonizada en nuestros días, siempre asociada a oscuros intereses. Esa misma empresa, formada por personas cuya iniciativa es el sustento de nuestra sociedad, se contrapone a menudo en el discurso oficial a lo público, lo legítimo, lo que está libre de intereses, lo neutro, lo bueno. Pilar Rahola cargaba por su parte contra un creciente Estado paternalista, que a través de sus políticos y leyes dirige a los ciudadanos y les dicta el modo correcto de pensar y de ser. Tanto Luna como Rahola se rebelaban contra ese autoritarismo sutil que quiere imponer un único modo de concebir la realidad.

Unas páginas más adelante, me ha dado que pensar la fotografía con la que un lector ilustraba su enfado contra un ciclista. A mi parecer no estorba a nadie en una avenida más que amplia, a pesar de estar fuera del carril bici. No tengo nada en contra de los carriles bici, ni seré yo quien vaya en contra del ordenamiento de lo público a todos los niveles, pero debe ser siempre en su justa medida. Parece que cala el discurso estatalista, y de vez en cuando hay que recordar que ante todo, lo primero somos las personas, con nuestras más variadas opiniones  y acciones, y donde no lleguemos nosotros, deberá intervenir el Estado. Nunca antes. Ese es el principio de subsidiariedad, que parece que en nuestros días se está convirtiendo en el de "substituteidad", en el que el Estado y lo público deja cada vez menos margen a que cada uno exprese y realice sus anhelos y convicciones. Y es peligroso que ese discurso cale, porque nos convierte en ciudadanos cada vez menos responsables, más comodos. La vida está llena de avenidas, de parques, de autopistas, de senderos, de caminitos, de pistas forestales. No dejemos que nadie nos reduzca a un aburrido y autoritario carril único. Primero las personas y luego, el Estado.

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